
En Coatza 500 antros y sólo 3 librerias
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•En Coatzacoalcos, 500 antros y sólo tres librerías
•En Poza Rica, tres librerías y 350 piqueras
•El desarrollo de un pueblo se mide por el número de librerías y su calidad
•Menosprecio político por la cultura
•A ningún alcalde interesa…
•…Tampoco al IVEC
Luis Velázquez
Veracruz. 16 de Marzo de 2014.-Hay quienes descubren y miden a una ciudad, y también, su desarrollo, a partir del número de librerías. También, claro, del tipo y la calidad de librerías.
Así, el número de librerías habla del estilo personal de gobernar y ejercer el poder de los políticos.
Por ejemplo, y como premisa fundamental, en todos los pueblos hay más cantinas y antros, prostíbulos y casas de cita que librerías.
‘’Aquí en Coatzacoalcos hay unas 500 cantinas y solo 3 librerías’’ ha dicho el maestro Claudio Cahuich.
En Poza Rica, hay tres librerías, salvo que hayan cerrado alguna; mientras de norte a sur y de este o este de la ciudad se calculan unas 350 cantinas, muchas de mala muerte, piqueras.
En el puerto jarocho han cerrado unas diez librerías, incluso, hasta la sucursal de la famosa librería Gandhi, de la ciudad de México, y la filial de siglo XXI.
¡Ah!, y en contraparte, cada vez aumenta el número de anuncios sexuales en el aviso económico de la prensa escrita y las cantinas, donde despachan chicas que cada vez se van desnudando más y más como estrategia para atraer clientela.
En Xalapa, en una sola esquina hay, por fortuna, cinco librerías, una de ellas, la Gandhi, que suele tener los mismos libros que la casa materna en la ciudad de México.
Además, claro, de otras librerías en otras calles y avenidas de la ciudad. Quizá, unas 10 en total.
Con todo, el número de cantinas las superan.
Un día, el secretario de Educación, Adolfo Mota, inventó un programa estelar. Se llamaba “En este taxi yo sí leo”. Y resultó un fracaso, pues, dijeron los taxistas, nadie leía. El hecho quedó como una ocurrencia neurológica.
En el puerto jarocho, el consorcio de los Vip’s tenía una librería. Terminó cerrándola y remodelando el espacio para una sala de juegos infantiles y, si es necesario, para fiestas de adultos.
En contraparte, son excepcionales, raros, extraños, los prostíbulos quebrados. La subasta de carne humana siempre constituirá un negocio para las Madame y sus barbies.
Algunos pueblos de Veracruz, quizá la mayoría, carecen de librerías. Acaso en alguna tienda de libros escolares venderán, digamos, libros de autoayuda, que tanta demanda tienen. Quizá los alcaldes de tales demarcaciones procuren una biblioteca pública para que cuando menos los alumnos apliquen en la tarea escolar y tengan una fuente de consulta.
Por eso, si el desarrollo de un pueblo se midiera por el número de librerías, los 212 alcaldes de Veracruz y el Instituto de Cultura y la Secretaría de Educación, reprobarían el examen en automático.
Peor tantito si se considera que a nadie le importa. Por eso mismo, y ahí está la historia, para Roberto Ávila González, edil jarocho, fue más importante izar la bandera norteamericana en el palacio municipal y para José Ramón Gutiérrez levantar un ring para peleas estelares de box cada sábado en el zócalo y para Carolina Gudiño cargar los animales recién nacidos en el zoológico y para Jon Rementería construir una imagen religiosa en un brazo del malecón, etcétera, etcétera.
“VERACRUZ ME ASFIXIA”
Una académica de la Universidad Veracruzana, maestra en Ciencia Política, doctora en Historia, Nury Pimentel, de plano, y cuando apenas tenía 20 años de antigüedad decidió jubilarse y salir huyendo de la ciudad jarocha para vivir ahora en Guadalajara.
Decía: “Veracruz me asfixia. No hay librerías, no hay vida cultural”.
Algunos jarochos, que pueden, viajan a la ciudad de México para buscar libros, en ningún momento, digamos, para comprar el periódico El Universal y revisar las 16, 20, 24 páginas del aviso sexual los fines de semana.
Y, bueno, quizá algunos vecinos aterricen en la biblioteca de la ciudad donde los libros huelen a humedad y están llenos de ácaros, y por tanto, si los leen corren el mismo riesgo de Carlos Monsiváis que de tanto leer libros viejos enfermó de los pulmones, aun cuando, claro, su virus también provino de los 12 gatos con los que vivía.
Carlos Fuentes, que se preciaba de haber nacido en el puerto jarocho, decidió obsequiar parte sustancial de su biblioteca a la Universidad Veracruzana para crear una nueva librería; pero en Xalapa y que lleva el nombre de su hijo, Carlos Fuentes Lemus.
El escritor José Emilio Pacheco vivió en la calle Xicoténcatl, en la llamada “ciudad más bella de México”, y en vez de donar sus libros al puerto jarocho sólo quiso que sus cenizas fueran tiradas en la bahía.
Jack London vivió en el hotel Diligencias como enviado especial de un periódico norteamericano en la invasión de 1914 y quedó fascinado de Los Portales, donde todos los días ocupaba una mesa para echar trago y comer y seducir a una trabajadora sexual y encerrarse el resto de la tarde en el hotel, y tampoco pensó en Veracruz en la víspera de su muerte para obsequiar su biblioteca.
Si así hubiera sido, caray, Veracruz tendría un gran tesoro bibliográfico… que, acaso, quizá, pudieran competir con el número de cantinas que cada alcalde va autorizando en su tiempo.
LA TIERRA JAROCHA, UN PÁRAMO CULTURAL
Y, bueno, si así estamos en las ciudades urbanas locales, entonces en las zonas indígenas, rurales y suburbanas de norte a sur del “estado ideal para soñar” han de vivir en el páramo cultural, pues los pueblos han de estar circundados por cantinas, sin ninguna librería.
Acaso, la venta de libros escolares en algún changarro donde también exponen otros productos, hasta pan en las tardes, y una vez pasada la temporada escolar bajan el telón.
He ahí, pues, la importancia que en la política pública se otorga a la lectura, mejor dicho, al desarrollo cultural, educativo y humano de cada familia, de cada hogar.
Y más, si se considera que cada vez los libros se vuelven más caros. Peor tantito si se recuerda que comprar un libro editado en el extranjero dispara el precio hasta en mil pesos.
La gran falla de la elite gobernante. Por eso la vigencia de José Vasconcelos, cuando como secretario de Educación del presidente Álvaro Obregón imprimió los clásicos griegos en libros con papel revolución para que todo mundo leyera hasta debajo de los árboles…
Y también, claro, la vigencia del presidente Lázaro Cárdenas cuando promulgara un decreto para cerrar cantinas, desafiando la presión política y económica de las cerveceras y alcoholeras de la república para que así los jefes de familia tuvieran más dinerito que llevar a casa y alcanzara, digamos, para comprar un libro.
Fuente: www.elpinerodelacuenca.com.mx